Ese lunes era feriado. Mi hermana mayor se había ofrecido para alojarme si quería ir a bailar a Club Miel, tenía que aprovechar ese lunes, por supuesto. Había quedado en ir con mi amiga Claudia y ella el viernes pasado, pero Claudia me dijo a última hora (como siempre) que no iría. Entonces la llamé y me dijo que no sabía si iría. Mientras, yo esperaba como ñoña a ver si iba o no, porque de ninguna manera iba a tocar el violín -que por lo demás no sé tocar- a mi hermana y su novio. Entonces llamó. Todas las veces que hablé con ella ese día -habrán sido dos- me dio cosa, su voz de no quiero hablarte tampoco ayudaba. Entonces me dijo que sí iba, y yo no quería porque me ponía nerviosa, además apenas la conocía, pero sentía que tenía que ir, y haría el esfuerzo por sociabilizar y hablar decentemente intentando vencer mi monga timidez.
Quedamos de juntarnos en el andén de cierta estación.
Lo que yo no sabía es que antes de llegar a la estación acordada, ella ya estaría en el andén, y menos, que estaría en el mismo mirándome hace media estación. Yo había entrado corriendo con mi hermana, dando especies de saltitos como siempre, y me había apoyado en las puertas pensando en que me tendría que bajar en el andén siguiente. Pero cuando íbamos llegando miré el reflejo de mí en la puerta del frente. Ví a alguien con el cuello ladeado que me miraba -quién es- hasta que me di vuelta y la ví. Me sentí la niña más tonta del mundo al verla y darme cuenta que era ella, al ver sus ojos que brillaban y la hacían ver más linda aún. Entonces, lo más probable es que me haya puesto roja e intenté hablar. Ella me hablaba de comer madera y me preguntaba sobre alguna anécdota, yo no decía nada -para variar- aunque le conté de mi cuasi accidente en una escalera de Providencia.
Después de hacer un rato fila en Club Miel me acompañó a casa de mi hermana a arreglarme, luego con mi hermana y su novio tomamos cerveza, mientras le reclamaba ingenuamente sobre mi falda fucsia a tablas que se rompía. Caminamos hacia el Miel, de a poco me iba desinhibiendo gracias al paso de los minutos, y por qué no, de la cerveza. Entonces accidentalmente la chocaba y después, ya no de forma accidental, era para acercarme a ella que yo tenía malo el oído medio, pero ella no lo sabía.
Hicimos fila y ella tenía puesta mi bufanda fucsia que yo patudamente le había puesto. En eso apareció un gay que estaba al igual que casi lo hago yo, tocando el violín. Empezamos a conversar entre todos hasta que salió el tema de lo típico de una conversación de fila en una disco gay o casigay. Mi respuesta fue lesbiana, ya odio a los hombres. En realidad siempre me gustaron las mujeres más que los hombres, era motivo frecuente de pelea con mi expareja, y ahora más que nunca estaba decidida sobre mi lesbianismo. Cuando le pregunté a ella, me dijo que era algo que había estado pensando hace cuatro años y ni ella sabía bien. Entonces reí o sonreí. Bueno, sí, lo admito: me alegré.
Ese gay hizo algo así como un cupido; ustedes hacen linda pareja. Nosotras nos miramos y dijimos que sólo éramos conocidas o amigas. Y bueno, el simpático gay tenía toda la razón.
Ya dentro del Miel, entre roces de manos, mis ganas de besarla y mi impedimento por mi timidez e inseguridad, que no sabía si realmente yo le gustaba, llegó el minuto que jamás voy a olvidar. Tomó mi rostro entre sus manos y me dio el beso más rico del mundo -luego han venido mucho más, sí-. Yo reaccioné torpemente con una frase que tampoco olvidaré y con risas mongas de nerviosismo. Y es que me sentía como entre sueños, realizando algo que había soñado despierta durante toda la noche en esa fiesta. No lo creía en mí. Tampoco lo creía demasiado hasta que me desperté y vi su cara preciosa mirándome; yo toda desastrosa después de dormir en un sillón, con cara de mañana y carrete a más no poder. Pero ella estaba ahí hermosa con sus ojos adorables.´
Su bufanda se quedó en la silla del comedor, se quedó su perfume en ella que estuve oliendo casi por adicción durante todo el día, hasta que ya no lo sentí más. Con su bufanda se quedó todo en mí de ella, se quedaron sus labios en los míos, sus manos entre las mías y su cintura bajo mis manos al ritmo de la música. Se quedó en mi una sensación exquisita que no olvidaré y que mientras escribo me hace temblar de escalofríos, llenándome de deseos de ir corriendo y besarla como esa vez (aunque no tan torpemente, claro).
Ese día le conté a mi hermana, y hasta que no lo dije, me di cuenta de que realmente había quedado como estúpida por ella, con una sonrisa que no desapareció de mi rostro durante todo el día soñando despierta, recordando y repasando cada minuto que me había llevado a ella, tal como lo hago ahora.
Ese día era lunes, al igual que hoy, en que cumplimos nueve meses desde ese primer beso. Y al igual que esa noche, sigo sintiéndome temblar entre sus labios, me siguen encantando sus ojos que no puedo dejar de mirar cuando ella no se da cuenta, me envuelve su aroma dulce y su voz exquisita, más aún cuando me dice te amo.
Mañana son ocho meses de pololeo con mi amor, y esa es otra historia.
Quedamos de juntarnos en el andén de cierta estación.
Lo que yo no sabía es que antes de llegar a la estación acordada, ella ya estaría en el andén, y menos, que estaría en el mismo mirándome hace media estación. Yo había entrado corriendo con mi hermana, dando especies de saltitos como siempre, y me había apoyado en las puertas pensando en que me tendría que bajar en el andén siguiente. Pero cuando íbamos llegando miré el reflejo de mí en la puerta del frente. Ví a alguien con el cuello ladeado que me miraba -quién es- hasta que me di vuelta y la ví. Me sentí la niña más tonta del mundo al verla y darme cuenta que era ella, al ver sus ojos que brillaban y la hacían ver más linda aún. Entonces, lo más probable es que me haya puesto roja e intenté hablar. Ella me hablaba de comer madera y me preguntaba sobre alguna anécdota, yo no decía nada -para variar- aunque le conté de mi cuasi accidente en una escalera de Providencia.
Después de hacer un rato fila en Club Miel me acompañó a casa de mi hermana a arreglarme, luego con mi hermana y su novio tomamos cerveza, mientras le reclamaba ingenuamente sobre mi falda fucsia a tablas que se rompía. Caminamos hacia el Miel, de a poco me iba desinhibiendo gracias al paso de los minutos, y por qué no, de la cerveza. Entonces accidentalmente la chocaba y después, ya no de forma accidental, era para acercarme a ella que yo tenía malo el oído medio, pero ella no lo sabía.
Hicimos fila y ella tenía puesta mi bufanda fucsia que yo patudamente le había puesto. En eso apareció un gay que estaba al igual que casi lo hago yo, tocando el violín. Empezamos a conversar entre todos hasta que salió el tema de lo típico de una conversación de fila en una disco gay o casigay. Mi respuesta fue lesbiana, ya odio a los hombres. En realidad siempre me gustaron las mujeres más que los hombres, era motivo frecuente de pelea con mi expareja, y ahora más que nunca estaba decidida sobre mi lesbianismo. Cuando le pregunté a ella, me dijo que era algo que había estado pensando hace cuatro años y ni ella sabía bien. Entonces reí o sonreí. Bueno, sí, lo admito: me alegré.
Ese gay hizo algo así como un cupido; ustedes hacen linda pareja. Nosotras nos miramos y dijimos que sólo éramos conocidas o amigas. Y bueno, el simpático gay tenía toda la razón.
Ya dentro del Miel, entre roces de manos, mis ganas de besarla y mi impedimento por mi timidez e inseguridad, que no sabía si realmente yo le gustaba, llegó el minuto que jamás voy a olvidar. Tomó mi rostro entre sus manos y me dio el beso más rico del mundo -luego han venido mucho más, sí-. Yo reaccioné torpemente con una frase que tampoco olvidaré y con risas mongas de nerviosismo. Y es que me sentía como entre sueños, realizando algo que había soñado despierta durante toda la noche en esa fiesta. No lo creía en mí. Tampoco lo creía demasiado hasta que me desperté y vi su cara preciosa mirándome; yo toda desastrosa después de dormir en un sillón, con cara de mañana y carrete a más no poder. Pero ella estaba ahí hermosa con sus ojos adorables.´
Su bufanda se quedó en la silla del comedor, se quedó su perfume en ella que estuve oliendo casi por adicción durante todo el día, hasta que ya no lo sentí más. Con su bufanda se quedó todo en mí de ella, se quedaron sus labios en los míos, sus manos entre las mías y su cintura bajo mis manos al ritmo de la música. Se quedó en mi una sensación exquisita que no olvidaré y que mientras escribo me hace temblar de escalofríos, llenándome de deseos de ir corriendo y besarla como esa vez (aunque no tan torpemente, claro).
Ese día le conté a mi hermana, y hasta que no lo dije, me di cuenta de que realmente había quedado como estúpida por ella, con una sonrisa que no desapareció de mi rostro durante todo el día soñando despierta, recordando y repasando cada minuto que me había llevado a ella, tal como lo hago ahora.
Ese día era lunes, al igual que hoy, en que cumplimos nueve meses desde ese primer beso. Y al igual que esa noche, sigo sintiéndome temblar entre sus labios, me siguen encantando sus ojos que no puedo dejar de mirar cuando ella no se da cuenta, me envuelve su aroma dulce y su voz exquisita, más aún cuando me dice te amo.
Mañana son ocho meses de pololeo con mi amor, y esa es otra historia.
3 comentarios:
:***
No sabes cuánto me llegó esta entrada...
Yo acabo de cumplir un año desde que conocí a mi novia y 9 meses de pololeo
Cuidense...
=)
Ya va a ser un año desde que la conozco :B
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