Siempre me pasa. El cansancio y el exámen del sábado en la mañana me angustia y eso que no me había dado cuenta. Es tan típico en mí. Eso de querer verla todo el día, sentir que no la he visto hace mil años (desde el lunes) y luego cuando empieza a avanzar la tarde y no logro estudiar, comienza de apoco a invadirme el amurramiento. Entonces cuando la veo, con el no sé qué acumulado en el día, con las lágrimas atascadas más allá de los ojos, cualquier palabra que puediera tal vez molestarme un poco, me hacen cortocircuito, y entonces -aunque sepa que me ama y todas esas cosas lindas que me dice al oído- me empieza a ganar la frustración, la sensación de rechazo. Y me ganan las lágrimas atascadas ahora en el pecho, y después en la garganta, y es entonces cuando exploto.
Sé que no le gusta verme llorar porque le da pena, y no la reto con rabia cuando intenta darme de comer cuando recién estaba ahogada en llanto, sino para que sólo me deje llorar. A veces tan sólo necesito que me abrace cuando lloro y lloro y lloro, sólo necesito sentir que puedo llorar y que no me voy a sentir un problema por ello.
Pero dura poco, ella también llora y de alguna forma de hace sonreír. Y terminamos bailando un lento, girando con la ciudad atrás de nosotras, al ritmo de Desert que me recuerda la primera vez que toqué su espalda bajo su polera, la vez que pensé que estar con (y tener sobre mí) una mujer -con ella y nadie más- era lo más exquisito que me podía ocurrir.
Sé que no le gusta verme llorar porque le da pena, y no la reto con rabia cuando intenta darme de comer cuando recién estaba ahogada en llanto, sino para que sólo me deje llorar. A veces tan sólo necesito que me abrace cuando lloro y lloro y lloro, sólo necesito sentir que puedo llorar y que no me voy a sentir un problema por ello.
Pero dura poco, ella también llora y de alguna forma de hace sonreír. Y terminamos bailando un lento, girando con la ciudad atrás de nosotras, al ritmo de Desert que me recuerda la primera vez que toqué su espalda bajo su polera, la vez que pensé que estar con (y tener sobre mí) una mujer -con ella y nadie más- era lo más exquisito que me podía ocurrir.