Al final, esperar una noche para enfriar mi cabeza ( o tal vez dejar que se fuera el frío de mi, no lo sé, es confuso), dejar una horas, mirarla los ojos, tocar sus manos, sentir la tibieza de su pecho al apretarlo contra el mío y un lugar agradable era todo lo que necesitábamos.
Tardo en recordar que las palabras a veces son lo menos importante.
Tardo en recordar que las palabras a veces son lo menos importante.